Si cogemos a otros grupos de “admiradores” como los de Star Trek, Star Wars, Tolkien, el Manga o los videojuegos, vemos que su crecimiento es muy potente. En algunos casos, incluso exponencial. En un censo de religiones realizado en 2011 en el Reino Unido, el Jedismo (los seguidores de la “religión” de Star Wars) ocupaba la séptima posición. Otros estudios calculan que cada día hay 1.000 jedistas más. Teniendo en cuenta que “Star Wars Episodio IV – Una Nueva Esperanza” se estrenó en 1977, eso quiere decir que si esperamos los 2.000 años de ventaja que le lleva el cristianismo al jedismo, en 4016 La Fuerza habrá desbancado a Dios.
Lo fascinante es que, como marca, el cristianismo es mucho más potente y cuenta con todos los elementos que los expertos en branding vinculan a las mejores marcas. Así que debería estar ganando la batalla. Veamos.
Valores de marca
La universalidad de los valores cristianos es lo que consiguió que entre los siglos I y IV se impusieran al maremagnum de creencias, cultos y liturgias romanas y paganas que inundaba el Mediterráneo. Son valores humanos, transversales, cívicos y civilizados. Favorecen la concordia, la bondad, el entendimiento, el esfuerzo. Cualquiera puede identificarse con ellos porque, en realidad, son valores comunes a la gran mayoría de culturas. Sus ritos y celebraciones son sencillos y prácticos. Pueden incorporarse a nuestra vida cotidiana y (es más) ayudan a hacerla más fácil y llevadera. Y, finalmente, cubren dos de las necesidades básicas del ser humano: el bienestar personal y la aceptación social. Nos ayudan a ser mejores, ergo, a sentirnos mejor con nosotros mismos. Y nos ayudan a crear un entorno social plácido y en el que encajamos. Como valores de marca, estaremos de acuerdo que pocas marcas están a la altura.
El storytelling
Otro de los fundamentos de un buen branding es qué historia cuenta la marca. Y no hay duda de que apoyar tu marca en la historia de la humanidad, como hace la Biblia, es apoyar tu marca en LA historia. Desde los orígenes del mundo hasta el advenimiento del personaje de personajes (ahora hablaremos de él) y hasta preconizando el fin de los tiempos. Pasado y futuro. Alpha y omega. La potencia de una historia así es incombatible. Cuando George Stevens tituló su “biopic” de 1965 sobre Jesucristo “La Historia Más Grande Jamás Contada” dio en el clavo.
El personaje
Como sabe cualquier “brandero”, tener un personaje vinculado a tu marca (como Fido Dido a 7Up) es una buena estrategia para resumir tus valores en un símbolo utilizando el lenguaje universal de la representación gráfica.
Jesús es el Fido Dido del cristianismo. Todos los valores de su marca están en él porque él es su propia marca. Un insuperable ejercicio de armonización y concordancia.
El influencer
Jesús también es el gran influencer. Sin embargo, como en el siglo I no existía Youtube ni Instagram (¡millennials, creedlo!), en realidad fueron otros los que engrandecieron su figura. La marca ya existía, pero fue Jesús quien la llevó al siguiente nivel; y de paso sentó las bases para futuros prescriptores, youtubers e influencers sobre cómo hay que hacer las cosas: sé honesto, y si quieres vender algo, sé ese algo y la gente te creerá. Lección primera.
La lección segunda es no menos grandiosa: en realidad, uno es grande por cuán grande lo hacen los demás. ¿Acaso no es esa la mejor definición del concepto “imagen de marca”? Point for Yisus. Anotad también esta.
El logo
Este es el punto que más me fascina de todo el asunto. ¿Sois capaces de pensar en un logo mejor que el de la cruz?
Primer gol: cualquiera (CUALQUIERA) puede reconocerlo, recordarlo y reproducirlo. Para dibujar una media luna ya hace falta una cierta pericia técnica. Para la cruz de David, todavía más. Pero la cruz cristiana es sencilla y simple. Nada más que dos trazos. Segundo gol: es la representación clara y directa de la historia, el personaje y los valores de la marca. Habla del sacrificio, habla de la bondad, habla de la divinidad, habla de la fe. Hat-trick: es único y diferencial. Una cruz cristiana es inconfundible; no se se asemeja a ninguna otra marca. Póker: admite cualquier reformulación sin perder significado. Desde la cruz latina a la griega pasando por la ortodoxa, la papal o la de Santiago; desde dos humildes rayas a una recargada cruz de la victoria; del dibujo en plano a una volumétrica escultura. Es un logo absolutamente conceptual, que no tiene un diseño predefinido y en cambio es universal.
Hace poco, los amigos de Brandemia proponían un ejercicio habitual en el mundo del branding: dibujar logos de marcas de memoria. Los esfuerzos por reconocer algunos logos (y los esfuerzos que supuso -imagino- el tener que dibujarlos de memoria) no los emplearíamos en dibujar una cruz cristiana ni en reconocerla. Algo así es encomiable. Por eso la cruz es el cenit del diseño de logos.
La identidad corporativa
En relación directa al apartado anterior (a la capacidad de reformulación de su logo) está la identidad corporativa. Sin brand book (aunque con un book bastante más denso), el cristianismo ha conseguido una identidad corporativa muy potente y, sobre todo, muy elástica. Al menos en sus primeros 1900 años. Hasta mediados del siglo XX las cosas le iban bastante bien en este campo. Cualquier estética era rápidamente asimilada e incorporada al beneficio de la comunicación corporativa. Daba igual si se trataba de rasgos culturales africanos o asiáticos, de perfiles o costumbres rurales o urbanos, de hacer amigos nobles o humildes. Todo era deglutido y reformulado para mayor gloria del Señor. Y los beneficios de este ejercicio de brand elasticity (para tratarlo en términos actuales) van desde un poderoso engagement del target (según geolocalización, valores, referencias culturales, etc.) hasta el enriquecimiento de la propia identidad. Como si se tratara de los Borg, este proceso ha abarcado todos los segmentos: desde la estética visual a las celebraciones del calendario popular o el idioma. ¡Si tenían claro que una marca es algo más que un logo!
La decadencia
Sin embargo, en el siglo XX empezó a descarrilar el tren. Desde la arquitectura y el interiorismo de sus “franquicias” al diseño editorial de sus publicaciones sin olvidar la brand voice y especialmente su branded content, el cristianismo empezó a experimentar dispersión y falta de coherencia. Y sabemos que eso es la carcoma de cualquier marca. Su identidad solemne y tradicional no casaba con los nuevos tiempos. Aquella capacidad de adaptación que demostró con el Renacimiento, con el Barroco, con la Contrarreforma, el Gótico, la Ilustración, la colonización del Nuevo Mundo o las revoluciones burguesa, urbana e industrial, no superó el convulso siglo XX. Hasta ese momento, el cristianismo y sus distintas iglesias habían dominado el branding. Pero cuando realmente nació el branding, no supieron entenderlo.
La gran suerte es que, teniendo unos atributos de marca tan sólidos, todavía hay tiempo para corregir la deriva. Y si el amigo Francisco (Papa moderno y de su tiempo), su colega ortodoxo Bartolomé I o cualquier ministro o diácono protestante quisieran, estaríamos encantados de hacer un consulting para su causa. Nos pueden encontrar en www.vibranding.com