El arte urbano tiene mil formas. Una de ellas es el sticker art. Seguro que has visto muros o elementos de arquitectura urbana llenos de pegatinas. Y algunas de ellas las habrás visto miles de veces. En realidad, el sticker art nos enseña muchas cosas sobre la importancia del etiquetado.
Todo empezó en los 80
Podemos encontrar los primeros pasos del sticker art en la escena underground norteamericana del skateboarding y la música hardcore punk. Tanto las bandas como los skaters de entonces acostumbraban a invadir tanto sus equipos e instrumentos como sus patines y mochilas con pegatinas de sus bandas o de sus marcas favoritas. Al poco, lo realmente cool fue que esos stickers fueran personales y personalizados. Las pegatinas son fáciles de producir, baratas y pueden pegarse en cualquier sitio. Y si encima podían personalizarse para reafirmar la individualidad adolescente… ¡eureka!
En ese momento entra en escena un nombre que no seguramente conoceréis, pero cuya obra os ha impactado desde hace más de una década: Shepard Fairey.
¿Quién es Shepard Fairey?
Hay dos trabajos por los que se conoce a Fairey. El primero de ellos es Obey. Si estás atento a los millenials, seguro que has visto a más de uno vestido con prendas de esta marca. ¿Sabías que su origen está en las pegatinas?
En 1989, Fairey imprimió unas pegatinas con una foto de André The Giant, quien se había hecho muy popular dos años antes con el estreno La Princesa Prometida, donde interpretaba al gigante Fezzik. Junto a la foto del gigante podía leerse “André The Giant Has a Posse” (“André el Gigante tiene una pandilla”) y el peso y la altura de André. Nada más. Eso sí, Shepard Fairey bombardeó todo Providence con estas pegatinas. Y a los pocos meses, Boston y Nueva York. En menos de un año, sus pegatinas estaban por todo Estados Unidos.
Como André era un luchador de Wrestling, la WWE (la empresa que explota este “deporte”) obligó a Fairey a dejar de usar a uno de sus luchadores como imagen y a crear una marca que no fuera André The Giant. Como respuesta burlona, el nombre de la marca es Obey (“Obedece”) y su logo, un plano cerrado de los ojos de André The Giant. Fairey es un gamberro empedernido.
El otro trabajo por el que es bien conocido Shepard Fairey es por un póster que hizo de un tal Barak Obama en 2008:
Pegatinas en Nueva York
Lo de André The Giant fue todo un fenómeno en los EE.UU. Menos de dos años después, la gran manzana se rinde a la moda de los stickers. Entre el 90 y el 91 aparecen las primeras pegatinas con clara vocación street art bombardeando los muros y mobiliario urbano de Nueva York. “Why Not?” se podía leer en ellos.
Revs & Cost eran dos graffiteros muy conocidos en el ambiente del street art de la época, pero muy poco (o nada) conocidos fuera de este. Hasta 1991, momento en que deciden que toda una ciudad se acuerde de ellos y les conozca no solo por sus graffitis. Y llenan Nueva York de unos stickers que les convierten en los únicos artistas de graffiti realmente populares (entendiendo por “popular” como alguien que conoce desde los mocosos a las abuelas). El sistema es rudo e incívico, pero acertado y efectivo, al fin y al cabo: consiguieron la fama.
¿Qué nos enseña la historia?
Lo bueno de conocer el origen de las cosas es que nos ayuda a progresar. La historia del sticker art nos ayuda a comprender cuán importante es una etiqueta. Tanto Shepard Fairey como Revs & Cost como tantos otros (desde BNE a Cristina Vanko) entendieron el fundamento del branding: la visibilidad de marca se consigue con la repetición.
El mismo Fairey ha reconocido en numerosas ocasiones lo importante que ha sido para él todo lo relacionado con el marketing de gran consumo y el etiquetado de sus productos: desde las distintas técnicas de impresión a los materiales, el troquelado e incluso la difusión y distribución. Puro branding. Porque hay muchas marcas cuya única estrategia de comunicación se da a través de su packaging. A través de su etiqueta. Como Obey. Como Revs & Cost. O, quizás, como la tuya.